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Vuelo a vela

Aunque hay numerosos precedentes de vuelo planeado se considera a Otto Lilienthal, en la última década del siglo XIX como el padre del vuelo sin motor. Sin embargo, el verdadero comienzo de este deporte se realiza en Alemania en 1920, con el primer concurso de planeadores celebrado en la Wasserkuppe. Alemania sigue siendo hoy en día el país donde más practica este deporte y donde más innovaciones técnicas se producen.

Los planeadores se lanzaban en el comienzo del deporte, en los años 20 y 30 del siglo XX, desde lo alto de una ladera ayudados por un sistema de gomas elásticas. Actualmente despegan ayudándose de un avión remolcador a motor. Al llegar a la altura deseada el velero se desengancha del cable que le une al avión y este prosigue su vuelo por sus propios medios.

Un velero es una aeronave sin motor que compensa esta falta volando con un ángulo de planeo que le ayuda a generar velocidad a costa de perder paulatinamente altura. Por eso, en todas las modalidades del vuelo a vela se buscan masas de aire ascendentes que hagan elevarse al velero más que lo que baja de manera natural. Un ejemplo: imaginemos un planeador que avanza a 100 km/h y cae un metro cada segundo (1 m/s), pero el piloto se las arregla para permanecer en una corriente ascendente de 5 m/s durante 60 segundos: habrá ganado 240 metros, o lo que es lo mismo, habrá adquirido suficiente energía para recorrer 1,6km.

Las modalidades básicas de vuelo a vela son el vuelo a térmica, ladera y onda de montaña. En el vuelo a térmica, las corrientes térmicas producidas por el calentamiento diferencial del suelo por el Sol se elevan en la atmósfera, de tal manera que con el planeador buscamos permanecer en su interior para subir (habitualmente, girando dentro de ellas). En el vuelo de ladera, el viento que incide de manera más o menos perpendicular a una ladera se ve forzado a subir. Si la ladera tiene la suficiente dimensión y el viento está bien orientado con la fuerza suficiente, un velero situado en posición óptima puede volar apoyado en el viento sin perder altura o incluso subiendo. Por último, la onda de montaña es un fenómeno más complejo que se produce a sotavento de cadenas montañosas sobre las que incide un fuerte viento. Este viento origina un fenómeno ondulatorio más allá de las montañas, en el que en determinadas condiciones se puede volar y alcanzar grandes alturas.

Cada país tiene su reglamentación para obtener la licencia o permiso necesarios para pilotar planeadores. Además, existen títulos o diplomas reconocidos intenacionalmente por la Federación Aéronáutica Internacional (FAI) para determinados logros. Estos empiezan en la actualidad con el «C» de plata, que requiere haber conseguido: una distancia en línea recta de al menos 50 kilómetros, una ganancia de altura de 1000 metros y una permanencia en el aire de al menos 5 horas. Los antiguos títulos A, B y C cayeron en desuso hace años cuando los planeadores fueron capaces de cada vez mayores prestaciones. Otros títulos como el C de oro y los diplomas (por ejemplo de 1000 kilómetros) son entregados conforme se van superando marcas.

En la actualidad los límites del vuelo a vela se han extendido a fronteras inimaginables hace pocos años. Un ejemplo: el alemán Klaus Ohlmann superó la barrera de los 3000 km en el año 2003 (un solo vuelo, de día, sin motor) con un vuelo de distancia libre usando tres puntos de viraje, en un Schempp-Hirth Nimbus 4DM. El vuelo se realizó partiendo de Chapelco, Argentina, y volando fundamentalmente en onda. Se considera el límite práctico de la tecnología actual.

La génesis del aeródromo de Santa Cilia en el año 1998 es precisamente como instalación dedicada al Vuelo sin Motor. El aeródromo ofrece servicio de remolque de planeadores, pero también escuela de formación de pilotos y también la posibilidad de vuelos de tecnificación para el vuelo de montaña. Todos los años vienen a disfrutar de la sensación del vuelo de montaña pilotos de prácticamente todos los países de Europa. Tras la conversión del viejo aeródromo de Monflorite en el actual aeropuerto Huesca-Pirineos, el Aeroclub Nimbus, los últimos herederos de esta historia ya centenaria, se ha convertido en el nuevo gestor de la instalación pirenaica.

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